El Grito de la Esmerald
NOVELA EN LINEA. Un gran peligro se cierne sobre los habitantes del pueblo San Miguel de Tasajal y su verde corazón, el bosque Esmeralda. Donde se entrecruzan fantasmas y leyendas, la venganza, el amor y la lucha por la supervivencia. José Julio Llanas
miércoles, 28 de agosto de 2013
sábado, 24 de agosto de 2013
miércoles, 29 de mayo de 2013
viernes, 10 de mayo de 2013
viernes, 9 de julio de 2010
jueves, 8 de julio de 2010
Créditos de Entrada
Cuando comienza a sonar la melodía que pronto se tornará familiar, aparece un verde vacío que con un ajetreo kaleidoscópico rebosa la mirada con su gradación de tonalidades. Un diminuto punto oscuro, invasor, se sitúa exacto en medio de la visualidad y parece crecer, se expande como un pequeño universo maligno que con negrura quiere opacar tanto movimiento de vida. Pero no es que el punto haya crecido, sino que la perspectiva que lo contemplaba se aproximó lentamente hasta darle una dimensión enorme que no tiene, como siempre sucede en la vida real. Luego aparece un cielo radiantemente azul, tan azul y tan candoroso que podríamos decir que es un cielo infantil, impaciente -cuando hay viento- por jugar con sus cometas blanquecinas, que inespecíficas, hoy abundan para su beneplácito; impaciente por sacudir su aparente textura algodonada y, sin la más mínima pena, dejarlas escabullirse más allá del alcance de una simple vista; ansioso por hacer la travesura de todos los días: acorralar ladinamente los nubarrones para luego enredarlos entre los rayos del sol hasta hacerlos derramar lágrimas de lluvia. Es común ver en el cielo del bosque Esmeralda, la lucha de los cúmulos para zafarse de los brazos solares sin poder evitar derramarse y huir apresurados por los caminos que en las alturas sólo comparten con las aves. Hay tardes en las que esa agua límpida que cae, pone nostálgicos a los lugareños de San Miguel de Tasajal. Los aguaceros siempre acarrean sobre el pueblo, un clima frío… se dice que es a causa de los vientos helados que circulan dentro de las grutas de las montañas y desembocan a la altura de la parte más densa del bosque, quien se encarga de desparramar aquella humedad gélida al resto del pueblo. Es en esas tardes y noches de lluvia cuando los más viejos abren sus bocas, rodeadas de familia, de vecinos, para contar historias. Las leyendas que sobrecogen, las de aparecidos, son sus preferidas.
Ahora se da espacio al contraste: Oscuridad. Sinónimo visual de maldad, de perversión. La música llega a un momento cumbre. Mas antes de que aparezca de nuevo la negrura del punto que crece, es necesario mostrar a los muchachos. Por supuesto primero a Franciela. De perfil... un cuarto de frente... Es muy bella. El viento mueve su cabello de manera que le da a la muchacha un aspecto sensual, atractivo. Esa es la idea. Luego a los otros, a sus amigos de la preparatoria, quienes inmediatamente después de aparecer ubicados de pie, de frente, con las piernas ligeramente separadas, asustados, mueven al unísono sus cabezas hacia un lugar determinado, al intuir a la amenaza, a la malvada que los odia y que les da equilibrio. Paradoja. Ella los aborrece de muerte pero la necesitan. Sin la perversa, los muchachos junto con Franciela se derrumbarían irremediablemente al fracaso. Y sin los muchachos, la mujer malvada no tendría razón de existir.
Además de la música, los paisajes, hasta este momento se ha apreciado también un desfile de nombres, apellidos, todos con tipografía antigua. Predomina el panorama del bosque Esmeralda, lo apreciamos estático en el espacio de un plano general y a cuyo alrededor giran todas las personas, las palabras, las alegrías y las angustias, los pensamientos más indecibles. Ahí todo encaja de día y de noche. Es el centro gravitacional de un enorme hoyo negro que gira vertiginosamente y atrae hacia sí los acontecimientos, las vidas mismas de los habitantes de aquellos alrededores, de ese pueblo que vive el sobresalto de la transición a convertirse en ciudad. Lugar fantasmal. El verde paraje, aunque se ubica a orillas de la ciudad, pareciera ser el núcleo de la misma. Lugar misterioso que por mucho tiempo y hasta nuestros días, conserva entre su espesura una cantidad incontable de secretos. Y hoy, ese enorme campo, condensado de incógnitas, diluido por una infinidad de árboles ofendidos, se encuentra encolerizado. Cualquiera puede ver en el vaivén de sus ramajes un movimiento distinto, que sucumbe ante la mirada de los curiosos. Las arboledas del bosque tienen el aspecto del anciano que llora su juventud perdida. En un tiempo relativamente corto, los oscuros follajes llenos de voces secretas, ya no soportarán más. Pero sobre todas las cosas, están ansiosos de hacer estallar en el aire su silencio: un globo ecológico que se ha ido inflando hasta el punto de reventar.
domingo, 20 de junio de 2010
El grito de la Esmeralda. Preámbulo
Preámbulo
Hace treinta y tres años me convertí en leyenda. A lo largo y ancho de la sierra mis ecos botaron contra las rocas noche y día, cientos de veces, cayendo sobre la espesura del bosque Esmeralda, dándome vida. La gente de estas tierras no alcanza la paz sin sus tradiciones orales, sin las historias que surgen emocionantes de sus bocas y que viajan entre los vientos nocturnos sacudiendo en la altura las ramas de los viejos y majestuosos árboles. Nadie puede vivir sin leyendas. Por eso mi presencia fluyó por años en la dulce cascada que hermosea el camino al pueblo, en el frescor de sus ríos; mi figura deambuló sobre las copas de los pinos cual enigmático fantasma; fue enmarcada en la cresta de los peñascos. Muchos me vieron imponente allá, arriba, dentro del trozo de cielo que se ve por la ventana de la sierra, símbolo de San Miguel.
Ser leyenda tiene sus ventajas, entre ellas, vivir siempre en el tiempo presente, trascender a través de los años franqueando voces escépticas y malintencionadas; se puede estar en muchas partes al mismo tiempo; además de que es improblable llegar a un final, mis promotores me dan infusiones de vida, los cuenta-cuentos, los habitantes de estos lugares que me vieron nacer.
A través de la transmisión oral inicia mi existir. Andar de boca en boca me garantiza un buen tiempo de vigencia y me permite a su vez conocer muy bien a mis transmisores. A lo largo del tiempo, no me he encontrado hombre o mujer que no haya narrado alguna vez una leyenda. Por eso aquí, San Miguel de Tasajal, es la cuna de una historia subrepticia, cuya génesis soy yo, mas fue ahormada, a fuerza de golpes, por cada uno de sus residentes. ¿Nunca han experimentado la frustración de un resultado desastroso, a pesar de haber realizado la acción que en su momento creyeron más adecuada? Yo si. Soy una leyenda frustrada. Sobre todo porque en el imparable desarrollo de acontecimientos, causas inexplicables tuvieron efectos de lo más dolorosos que desencadenaron hasta el deceso de la esperanza. Matar las esperanzas de tus semejantes es imperdonable.
Durante mucho tiempo, para beneplácito de los lugareños, el verdegal del bosque poseía una magia virginal que envolvía a cualquiera que se adentrara en su seno. Todo era saludable. Las seductoras aguas, vencidas desde las montañas, se desplomaban a chorros serpenteantes, impregnadas de sus eternos y diáfanos centelleos. Entre los claroscuros, junto con las aves, el aire canturreaba sonriente, motivado por los leves haces de sol que resbalaban furtivos por entre el follaje. El río Casitas y el río Pilo se encargaban de enregar a través de sus arroyos, el relente alegre que los niños convertían siempre en acuoso festival para las tardes. El verde señoreaba implacable y jamás hubiera pensado que su reino de frondosidad quedaría en la mente de sus moradores como un bello y lejano recuerdo. Después de la ruina, después de que en la leyenda ya no se podría hablar de “muerte”, así nada más, en singular.
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